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Los sueños de nuestras niñas

Tengo la suerte de haber encontrado algunas de mis pasiones, otras todavía las estoy buscando. Pero las que llegaron tocando a mi puerta y pude recibir son escribir y enseñar. Soy maestra en la enseñanza pública rural de Guatemala, la mayor fortuna que puede tener una mujer que soñaba con enseñar y educar, en un sistema educativo en el que siempre fue la peor alumna.

Me doy cuenta en estas clases, tan divertidas y reveladoras, de las muchas realidades que existen y por ello me parece esencial conocer mejor mis alumnos y alumnas. A través de los juegos, los ejercicios, diálogos y no menos importante una atención constante a su contexto socio-cultural, elaboro las herramientas de las clases.

Hay un momento que me parece crucial, cuando planteo la pregunta: ¿En qué querés trabajar cuando seas grande?. Una pregunta trivial, a la que los niños y niñas han sido sometidos ya muchas veces a su corta edad, sin embargo nos revela mucho sobre su mundo interior.

Planteo esta cuestión, inclinándome más bien en buscar, que ellas y ellos mismos busquen su pasión ante algo remarcando como una parte muy importante del ejercicio que no existen los límites, dado que en el futuro en el que se desempeñarán muchas profesiones todavía no existen, por lo cual acepto todas y cada una de las propuestas de su maravillosa fantasía infantil. A la vez, de ninguna manera quiero que me cuenten una sola profesión o pasión que se les ocurra, pues somos complejos y tenemos muchos sueños, al menos así ha de ser.

A través de una pequeña redacción para los más grandes y una ilustración para los más pequeños, me muestran cuáles son sus sueños. Cada uno dedica su tiempo y esfuerzo en terminar y revisar bien su trabajo y como en pocas ocasiones se puede escuchar nada más que las puntas de los lapiceros contra el papel. Tras terminar, explicarán lo que escribieron o dibujaron y dirán quién o qué le inspiró para ese sueño, recibirán fuertes aplausos de mí y sus compañeros por su valentía de levantarse y hablar en público y compartir algo tan personal y de lo que tan orgullosos se sienten a la vez y volverán a su sitio con una gran sonrisa, mezcla de la vergüenza y el orgullo.

Tras repetir este ejercicio a lo largo del tiempo en muchas clases y escuelas, no pude evitar ver el mismo patrón en todas, los sueños de nuestras niñas nunca apuntaban alto. Cuando los chicos me daban sus dibujos de presidentes, astronautas, buzos y cazadores de dragones, las niñas en un coro gritaban que querían ser maestras.

Por supuesto, no puedo sentirme más orgullosa y halagada de esa respuesta de las niñas, pero a la misma vez me pregunto si es una respuesta de libre elección. Las circunstancias sociales y los contextos complejos en los que enseño, limitan con fuerza los sueños de los más pequeños, pero son especialmente ellas las que “aceptan” no poder soñar a una edad peligrosamente corta. Es complicado soñar con algo que no conoces, con algo con lo que no te ves identificada y que de manera indirecta se te ha enseñado que no podrás lograr. Ante esta falta de referencias y ejemplos, en un mundo conservador que avanza a pasos de hormiga hacia la igualdad, nuestras niñas se vuelven conformistas por defecto.

Todos los que trabajamos por la educación, en cualquiera de sus niveles, tenemos la obligación moral y profesional de romper estas barreras, crear las referencias necesarias para que cada una se permita creer en sí misma, cuestione y pregunte. La responsabilidad de los maestros y maestras no termina al tocar el timbre, no está plasmada en un libro de texto. Inevitablemente es un trabajo absorbente y pasional en que terminamos enseñando lo que somos más que lo que sabemos.

Trasmitir los valores necesarios para crear una sociedad más justa y empática depende de los docentes de hoy, para que sean los niños y niñas del mañana que puedan seguir el camino hacia la justicia. Enseñar a pensar y cuestionar es mucho más difícil que enseñar a leer y escribir, desde luego, pero sus resultados serán mucho más fructíferos, no solo para el individuo educado, sino para la totalidad de la sociedad. Ante unas cifras alarmantes del abandono escolar, especialmente en niñas, los matrimonios tempranos, la violencia de género y la precariedad laboral entre las mujeres, no podemos dejar de dar estas herramientas a nuestras alumnas, con la esperanza de que pregunten, cuestiones y analicen con su propio criterio.

Espero que muchas de mis alumnas acaben siendo maestras, maestras apasionadas y conscientes. Maestras por vocación que se involucran en su trabajo y buscan la manera más eficaz de hacer llegar el mensaje a sus grupos, que a su vez lo llevará al siguiente.

Espero que esta decisión sea libre, ante un gran abanico de opciones que hayan podido barajar y que lo hayan elegido por amor y no por descarte, mientras tanto seguiré trabajando por esa educación libre y justa que ansiamos en que todos y todas tengo el derecho fundamental de soñar.